Para comenzar, debemos afirmar que la mente es el escenario donde operan las fortalezas espirituales y mentales. Por ello, debemos permanecer en la infalible Palabra del Señor, ya que mediante su uso podemos derribar los argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de la verdad.
La guerra espiritual es una lucha contra fuerzas malignas en las regiones celestiales.
En Efesios 6:12, se nos recuerda que nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra fuerzas espirituales malignas: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12 – RVR 1960).
¿Qué significa una fuerza espiritual para un creyente?
Es la fuerza dada por el Señor (Jesús, el Mesías) a través de la Armadura de Dios.
«Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos.« Efesios 6:13-18.
¿Cómo funciona esta arma espiritual?
«Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.» 2 Corintios 10:4.
En resumen, el inmenso poder del Dios Altísimo, manifestado a través de su Verbo, tiene la capacidad de desmantelar y derribar cualquier fortaleza y argumento que el enemigo presente. Durante la oración, es crucial confesar y declarar la Palabra de Dios Padre, que es infalible y eterna. Al hacerlo, nos alineamos con su voluntad y permitimos que su poder fluya a través de nosotros, superando cualquier desafío.